Empatinado: dícese
del que se ilusiona raudo y veloz con poco fundamento.
La Plaza Central luce en estos días la enorme pista de
hielo, que simboliza todo lo que no somos y aparentamos ser.
Se leen voces diciendo: “Cómo criticar a lo que hace tan
feliz con tan poco a gente que no tiene nada”. Pues yo sí lo critico, porque
por recibirlo como generosa dádiva y conformarnos, seguiremos en esta espiral
descendente de poca dignidad.
Repasemos el recorrido de los empatinados:
Primero, hacen una larga fila mucho tiempo, bajo el sol o
frío, para recibir el generoso regalo de un rato de evasión en unos patines que
nunca serán propios y cuyo sobreprecio hará que algunos, que seguramente sí los
tienen permanentes, gocen una muy feliz temporada. Así transcurre la vida de muchos, llevando
duras condiciones para recibir algo como favor o como limosna, pero sin
cuestionar, sin reclamar, sin detenerse a reflexionar. Explotados, pero
empatinados.
Después, se colocan unos patines que con suerte serán de su
número y son lanzados a la pista, con la presión de aprovechar los escasos
minutos que la fantasía dura, pero sin preparación alguna, sin suficiente
espacio para todos. Los resultados previsibles serán aferrarse tímidamente a
las orillas, con el riesgo de ser objetos de burla en el país que ríe para no
llorar; o avanzar antes del inevitable sentón. Cuántos miles de jóvenes tendrán
en estos días un título en las manos, sin la menor esperanza de un empleo o de
continuar estudiando. Empatinados en una pista sin esperanza.
El breve sueño dura menos que el baile de la Cenicienta, y
luego vuelven los empatinados a la dureza de su vida, a la indiferencia
colectiva, a ver a sus padres, cuando están, luchando por meramente sobrevivir
en un sistema que les niega todo mientras los bombardea con múltiples
necesidades ficticias que no pueden satisfacer. Bajarse de las rueditas y poner
los pies en el suelo no es agradable; la realidad después de la evasión siempre
luce un poco más gris.
¿Beneficiados? Los de siempre. El benefactor edil que da
circo de baja estofa a cambio de la eterna gratitud de sus vasallos.
También los dueños de la pista y los patines, cuyas cuentas descabales jamás
conoceremos porque las protege el sagrado velo del fideicomiso.
Las marcas patrocinadoras, que invierten poco y ganan mucho
en capital social colocándose como interesadas en el bienestar de ese pueblo,
al que estafan y enferman durante todo el año.
¿Qué cambia con la pista? Nada. Sólo se profundiza la falta
de identidad, de pertenencia, la carencia de dignidad. Se vende el derecho de
una ciudadanía a cambio de unas ruedas
por un ratito. Porque encima, nos vendemos barato, como quien se siente poca cosa.
Por eso es válido y necesario criticarla y no callar. Porque
esta nación empatinada se dio un sentón hace medio milenio, quiso levantarse
durante una década y la volvieron a hundir, acaso para siempre.
Por: Elizabeth Rojas
Fuente: El Salmon