A todos los que llevan “El Principito” adentro.
Dibujado por el pincel de un tiempo amarillo y líquido, enraizado a las manos del cielo y al vientre de la tierra, entre tres volcanes milenarios y sobre un lago azul eternizado emerge cada día el Cerro de Oro frente al lago de Atitlán y, entre todas las luces posibles, como ojo y testigo de antiguas tribus y sociedades mayas yuxtapuestas.
Mis sombras viajan sobre calles tapizadas con granito y cantera. Nadan en la densa y ligera materia del lago. Vuelan sobre un lago transparente, sobre el fuego, el agua y el viento de esta tierra de flores y profética. Buscan entonces intentar atrapar lo que los poetas han dicho hundiendo las manos en el lago. Aquello plasmado sobre el lienzo de pintores como hecho tangible: Cerro de Oro, como la silueta de una boa constrictora que devora un elefante.
Casi nadie lo sabe, pero un avionetazo hizo que el escritor francés Antoine de Saint-Exupéry, el celebre autor de El Principito, quedara atrapado en esta latitud de los volcanes y las rosas.
Pocos lo dicen, pero a las faldas del volcán Tolimán, como un valle de musgo, se dibuja una boa de escama translúcida y de tonos de bronce, que como un espejo refleja todo y que hace a cada instante posible el vasto infinito.
Pocos lo reconocen, pero al amanecer, cuando la primera luz de día abraza al mundo, la cuenca de tres volcanes silenciosos parece abrirse como un cofre de aguas emanadas de pozos arcaicos, sagrados, desenterrados a golpe de hierro y cristal, para revelar los secretos de los dioses.
María Elena Schlessinger escribe que “el 16 de febrero de 1938, el escritor y piloto francés Antoine de Saint-Exupéry salió de la ciudad de Nueva York acompañado de su mecánico y compañero de andanzas, Prévost, rumbo a Punta Arenas, un remoto lugar al final de la Cordillera de los Andes, en el extremo austral de Chile, en una travesía de más de 14 mil kilómetros (…) la nave sobrecargada no logró despegar y se estrelló al final de la pista en el aeropuerto Nacional La Aurora (…). Estudiosos de la obra de Saint-Exupéry han llegado a concluir que fue en aquella estancia de recuperación en Antigua, ciudad de las Perpetuas Rosas, que el paciente francés Exupéry se inspiró para su obra El Principito”.
Según una investigación del escritor Jorge Carro denominada La Antigua Guatemala es el Asteroide B-612, es en esa cuidad de piedra, La muy Noble y muy Leal Cuidad de Santiago de los Caballeros, donde el escritor imaginó al asteroide.
B-612 con sus tres volcanes. El autor resalta el noveno capítulo de El Principito cuando dice: “Creo que aprovechó, para su evasión, una migración de pájaros salvajes. La mañana de su partida ordenó bien su planeta. Deshollinó cuidadosamente sus volcanes en actividad. Tenía dos volcanes en actividad, lo cual era muy cómodo para calentar el desayuno a la mañana. Tenía también un volcán apagado. Pero, como él decía, “¡Nunca se sabe !”. Deshollinó entonces también el volcán apagado”.
La Antigua Guatemala quizás esconde entre sus calles de piedras y sus ruinas entre secretos, aquellos paisajes que viven en la imaginación. Entre sus eternas rosas y su viento nostálgico, La Antigua, ahí permanece quieta como testigo de los misterios del paso de los hombres y es fuente de inspiración para los viajeros escritores y poetas.
Hay quienes advierten que Cerro de Oro en el lago de Atitlán, es acaso la boa constrictora que traga un elefante. Es en el primer capítulo que Saint-Exupéry escribe: “Cuando yo tenía seis años, vi una vez una magnífica imagen en un libro sobre la Selva Virgen que se llamaba Historias Vividas. Representaba una serpiente boa que se tragaba una fiera. Aquí está la copia del dibujo. Decía el libro: ‘Las serpientes boa tragan su presa toda entera, sin masticarla. Después no se pueden mover más y duermen durante los seis meses que dura su digestión’. Reflexioné mucho sobre las aventuras de la selva y por mi parte, con un lápiz de color conseguí trazar mi primer dibujo. Mostré mi obra a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les daba miedo. Ellos me respondieron ‘¿Por qué un sombreo daría miedo?’. Mi dibujo no representaba un sombrero, representaba una boa que digería un elefante. Entonces dibujé el interior de la serpiente boa, para que las personas mayores pudieran comprender. Siempre necesitan explicaciones”.
Por: Marcela Gereda