Juez de Mayor Riesgo empezó a escuchar las declaraciones de
15 mujeres víctimas de abusos sexuales durante la guerra.
Por 30 años Catalina Caal Rax guardó silencio. Ahora tiene
casi 70 años de edad y decidió que era tiempo de denunciar los abusos sexuales
a los que fue sometida por soldados del destacamento de Sepur Zarco, en El
Estor, Izabal, donde permaneció 3 años.
Ella y otras 14 mujeres declararán ante el Juzgado Primero B
de Mayor Riesgo, durante 4 días, para que el juez ordene la captura de 36
personas a quienes el Ministerio Público vincula con las violaciones. El jueves
27 concluirá esta diligencia.
Por qué llegó el Ejército
Caal, quien solo habla q’eqchi’, nació y vivió en la
comunidad San Marcos, Panzós, Alta Verapaz. Allí se unió a Salvador Maquín, con
quien procreó 9 hijos. En 1982, no recuerda la fecha, llegó una patrulla
militar y esto le extrañó porque “los soldados no bajaban de los pueblos”, dijo
ante Miguel Ángel Gálvez, titular del juzgado.
Los soldados llevaban una lista con nombres de campesinos
que buscaban legalizar la propiedad de sus tierras. Entre ellos estaba el de su
esposo. “Llegaron tres veces a la casa y preguntaron por mi marido, yo les dije
que no estaba. La última vez un grupo rodeó mi casa y tres de ellos entraron,
ahí me violaron”, dijo con una voz quebrantada por el llanto.
Caal no se encontraba sola, estaba con su hija Nat que tenía
tres meses de nacida. Los soldados, después de entrar a la casa, la agarraron
por las manos y pies, le quitaron a la niña “y la tiraron al suelo”. “Yo no
podía hacer nada, ellos me pusieron dos pistolas, una en el pecho y otra en la
boca. Fue así como abusaron de mí”.
Ese mismo día los militares capturaron y se llevaron a su
esposo y a su hijo de 10 años, que también se llama Salvador. Él es el único
testigo de cómo los soldados golpearon a su papá. “Mi niño regresó a la casa
por la tarde, me contó lo que había pasado. Me dijo que los militares amarraron
las manos de mi esposo, y que él se puso a llorar. Le dijeron que también se lo
iban a llevar”. No volvió a verlo.
Caal y sus hijos vivieron en la montaña por tres años. “Salí
de la casa, pensé que así íbamos a salvarnos. Pero cuatro de los niños murieron
de hambre, solo comíamos pacayas”, contó.
La persecución de los militares fue tan intensa que decidió
presentarse a la base militar. Allí permaneció hasta 1988, trabajó para los
soldados que también abusaron de ella.
Fuente: ElPeriodico
Fotografia: Doriam Morales