El actual pulso entre la Ministra de Educación y una parte del movimiento estudiantil es parte del proceso de reforma tendiente a eliminar la carrera de magisterio de la educación media y trasladarla al ámbito universitario. Para muchos, este conflicto exige autoridad del Ministerio para imponer los cambios. Para otros, me incluyo, tiene su origen en que se quiso ignorar que el estudiantado de educación media tiene una larga historia como protagonista político y educativo en este país. No es una batalla por la opinión pública, porque la Ministra la tiene ganada, es más bien de frustraciones.
El que hoy día el movimiento estudiantil no haya contado con una organización y un liderazgo claros, es parte de otro proceso de descomposición social e institucional del sistema educativo. En efecto, los estudiantes de post-primaria, fueron de los sectores organizados que surgieron tras la revolución de octubre de 1944, y desde las jornadas de lucha de marzo y abril de 1962 y no dejaron de ser actores políticos por la democracia, hasta la década de los noventa. Su último gran movimiento fue en 1992 cuando conquistaron, encabezados por la Coordinadora de Estudiantes de Educación Media (CEEM), el bono para el transporte público.
Pero los cambios educativos de los noventa tuvieron consecuencias de descomposición que tuvo lugar entre el estudiantado al límite de la idiotez. Un síntoma ha sido que en vez de pelearse contra el sistema por el derecho a una educación y de calidad, comenzaron a pelearse entre ellos en las calles de la zona 1.
Antes —años setenta para atrás— las rivalidades juveniles ocurrían entre los jóvenes de los institutos públicos versus los de los colegios y liceos privados en los planos deportivos, competencias académicas y manotazos en las fiestas. Por esto mismo, no falta quien diga que el proceso estatal de abandono a las escuelas e institutos públicos y las normales, al mismo tiempo que se admitía la proliferación sin controles de centros chatarra de educación privada, tuvo un propósito contrainsurgente, y desideologizador.
Sirvió para minar lo que se consideraba “semillero de rebeldía” y promover un nuevo tipo de joven urbano: evangelizado (la mayoría de colegitos eran religiosos) y mano de obra semicalificada para el circuito de maquilas que iban surgiendo. El abandono del sistema público obligó a las clases medias emergentes a sacar a sus hijos hacia un “sistema” privado, término medio y a la carta. Segregador.
Significa que la carrera de magisterio, laico y democrático, creada por el doctor Juan José Arévalo, hecha para un Estado propicio, quedó sin “clientela” y por eso sobrevino la actual “sobreproducción” que se piensa reencauzar “bachilleritizando” el sistema para la demanda en los molls y call center.
Eso ha hecho que el Ministerio de Educación de tres distintos gobiernos pasados ignoraran al estudiantado, como actores válidos en cualquier medida que les afectara. Muchas fueron las voces que condenaron de antemano la sola idea de tener a los estudiantes como interlocutores por lo “absurdo” de dialogar con niños y quejándose luego de la falta de valores en sus padres. Por su parte, la actitud gubernamental fue siempre querer resolver desde el principio con cincho y apaleo de niños, este tema. En esa mezcla de envalentonamiento y victimización gubernamental, unas cuantas decenas de jóvenes, chicos y chicas, provenientes de hogares populares, mostraron que lo que le falta a la gente para explotar, es una excusa.
Por: Álvaro Velásquez
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